La convivencia en las comunidades de propietarios genera todo tipo de conflictos y algunos de ellos acaban en los tribunales.
La bolsa de la basura gotea, a la piscina entra gente que no es propietaria, se usa la plaza de aparcamiento como despensa y el rellano como recibidor, los morosos, los ruidos, las obras sin consentimiento o fumar en el ascensor. Las comunidades de vecinos son una fuente inagotable de problemas, conflictos, desacuerdos, reproches y, en ocasiones, hasta enfrentamientos físicos.
Son infinitas las cuestiones que ocupan y preocupan a los vecinos, desde las más lógicas, como tratar de controlar el alza de los costes energéticos que ahogan sus cuentas, hasta las más marcianas. Muchas de estas desavenencias acaban en los tribunales. De hecho, la última sentencia importante del Tribunal Supremo, del mes de mayo, permite a las comunidades prohibir el uso de la piscina a propietarios de garajes y locales que no tengan casa en el edificio.
Los administradores de fincas son testigos —a veces sacos de boxeo— de las quejas y conflictos en esos micromundos llamados comunidades de propietarios, donde la convivencia no siempre es fácil. Entre los principales problemas que dan lugar al choque están los ruidos. “Es un tema recurrente, sobre todo si viven estudiantes o son pisos turísticos, porque el resto de vecinos tiene una rutina laboral y es molesto”. Las obras y la música son queja asegurada, añade los encontronazos entre vecinos por el ruido que hacen los animales sueltos en los patios de luces.
Luis García, presidente del Colegio de Administradores de Fincas de Santa Cruz de Tenerife, conoce bien los problemas que generan los pisos vacacionales. “El alto tránsito de personas ajenas al edificio provoca malestar, además de un sobreuso de zonas comunes. En algunos casos, la colocación de cajas para recepción de llaves se suele regular dentro de los estatutos con el fin de conseguir un mejor mantenimiento del inmueble, incluso determinando una cuota más elevada”.
Los ruidos son difíciles de solventar. Si son por un piso turístico, lo único que se puede hacer es comprobar que tiene la autorización para realizar la actividad turística. Hay quien ha pasado a mayores. Lavandeira recuerda a una vecina que se hizo una habitación búnker con pladur y lana de roca, aunque en este caso fue por culpa de botellones constantes en la zona. Otros deciden vender la vivienda y poner tierra de por medio. Al resto, no le queda más remedio que seguir quejándose, un día y otro, al vecino o vecinos molestos y al administrador de la finca.
La piscina, fuente de conflictos en verano
Un clásico de todos los veranos son los problemas relacionados con la piscina, un elemento privado de la urbanización. En ocasiones “se celebran los cumpleaños de los niños en la piscina y aparecen 30 niños”, narra Lavandeira. “Es molesto y hay muchas quejas y, además, no está permitido”, insiste. Es frecuente en fincas con piscinas pequeñas en las que no es obligatorio tener un socorrista que pueda controlar quién accede al recinto. De hecho, esta es otra de las dudas más frecuentes entre los vecinos: ¿Es necesario tener un socorrista en la piscina de la comunidad? No existe ninguna normativa estatal, sino que cada comunidad autónoma dicta sus propias normas. En Madrid, por ejemplo, si hay más de 30 viviendas es necesario contar con un servicio de socorristas titulados.
Luis García apunta a las obras no consentidas como otro foco de conflictividad. Además, “por su complejidad y gasto efectuado es un tema que suele acabar en un juzgado”, dice el también presidente del Consejo canario de colegios de administradores de fincas. Pagar derramas también saca de quicio a los vecinos. No es para menos, aunque podrían evitarlo si asistieran a las juntas. Lavandeira da cuenta de que cada vez acude menos gente a estas convocatorias en las que se adoptan los acuerdos y se aprueban las derramas que vinculan a todos, también a los que no se presentan. “En la última que tuve son 12 vecinos y fueron solo 3″. La pandemia ha acelerado esta tendencia.
El ascensor es otro imán para los problemas, sobre todo cuando hay quien lo quiere y hay quien no. Además, la supresión de las barreras arquitectónicas es uno de esos asuntos que suele acabar en los tribunales. Hay varios casos. La Audiencia Provincial de Tarragona, en una sentencia del 24 de febrero, obliga a una comunidad a instalar una silla salvaescaleras que permita el acceso y salida de la piscina comunitaria. También fue a juicio una comunidad porque el ascensor no llegaba a los trasteros ni al sótano y era un problema para los mayores de 70 años que vivían en el edificio.
Morosos sin piscina
Que haya vecinos morosos que no pagan las cuotas comunitarias ni las derramas, pero hacen uso de las instalaciones comunitarias, como la piscina, es algo que fastidia y encrespa a la mayoría. “Los vecinos siempre te dicen que les cortes o limites los servicios comunes y hasta ahora era algo que no se podía hacer”, dice Bielsa. El proyecto de ley de impulso a la rehabilitación contempla que se pueda prohibir su uso a morosos. La junta de propietarios puede acordar medidas disuasorias, como la privación temporal del uso de servicios o instalaciones. Junto a la morosidad, otro de los temas que más preocupa a los vecinos es la ocupación ilegal, sostiene García.
Entre los conflictos recurrentes está el tema de la basura. “Hay vecinos que la dejan en el rellano después de comer y la bajan al contenedor en la franja horaria establecida (a las siete u ocho de la tarde) y eso genera olores y a veces gotea”, cuenta la vicepresidenta del Colegio de Administración de Fincas de Galicia.
Colocar un mueble zapatero en el rellano o un mueble con jarrones y plantas, como si fuera el recibidor de casa, es otro de los motivos para discutir, más que nada porque es un elemento común y no privado y son salidas de evacuación. Hay otros vecinos que usan su plaza de garaje como despensa. “Colocan un armario que hace las veces de almacén para guardar botellas de aceite o dejan colchones y somieres que les sobran”. Algunos convierten el trastero en una habitación para el hijo, en una sala para tocar la batería o en un improvisado taller de carpintería, el hobby de uno de los vecinos de una comunidad gestionada por Lavandeira. El ruido de la sierra de calar llegaba hasta los pisos.
María Antonia Bielsa habla de los aparcamientos en comunidades de los años sesenta u ochenta, donde las plazas tienen tamaños ajustados. “Los vecinos invaden otras plazas, tu coche tiene que sobresalir y se generan conflictos”. Y rescata otro asunto conflictivo: los siniestros y las reparaciones de averías. “Los vecinos se empeñan en que hay que llamar al seguro de la comunidad para que cubra una filtración cuando sabes de antemano que es una tubería privativa y que no lo va a cubrir, pero eso implica desplazar a un profesional y que suba la prima”. Además, añade, “si tardan la culpa siempre es del administrador”.
Noticia facilitada por diario EL PAIS.